Cuadernos orquestados

Colección de poesía

Símbolos

Un extranjero recorre las calles
de una ciudad desconocida.
El misterio se encierra
en los extraños laberintos.
Los hombres pasan unos junto a otros,
sólo los viejos conocidos se saludan
con las ceremonias de costumbre.
Nos entendemos pobremente,
apenas delineamos los contornos del gesto
articulando símbolos heroicos
para superar el desamparo.


(De Lo abstracto y lo concreto, 1973)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

Mediocridad

La natural mediocridad a todos nos concierne,
nos acompaña en las extrañas actitudes
con que desarrollamos una idea.
Es el atuendo insospechado del concepto,
la libertad del incipiente ser
que elude su propio fundamento.
Es más aún,
la posibilidad de morir sin estridencias.


(De Lo abstracto y lo concreto, 1973)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

La muerte de un poeta

Un poeta muere como cualquier hombre.
Se desploma de pronto
o padece una larga enfermedad.
Abandona entonces a sus hijos,
sus afectos y sus pequeños lujos:
su infancia,
la carta de un amigo
y algunos libros que lo encallecieron.
Además,
los poemas que nadie escribirá por él.


(De La razón migratoria, 1977)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

El señor Gianni

Todas las tardes junta las hojas
que el viento ha volteado
y las mete en un hoyo.
Enciende una fogata y espera.
Después riega las plantas,
va de aquí para allá
atento a cada extraño brote,
cuidando que todo crezca en orden,
que nada perturbe su labor,
como un dios que no ha perdido la esperanza.


(De La razón migratoria, 1977)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

La rejilla

Limpiamos el agua que ha caído
la noche anterior
y con ella viene la basura
acumulada en el patio.
El agua sucia corre
y en la rejilla queda la resaca,
los focos de infección,
la hierba ya podrida
mientras otra agua
desciende sola hacia la tierra.


(De La razón migratoria, 1977)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

Casa vacía

Alguien alguna vez hará el inventario de las cosas,
levantará papeles, abrirá los cajones de un escritorio
antiguo, revisará bibliotecas, estanterías,
muebles, aparatos usados, buscando explicación
a tanta fantasía.
Nada perdurará para dar testimonio.
Uno se lleva todo. Sus historias,
la clave de sus miedos, la lóbrega codicia,
la indiferencia, el odio,
los almanaques viejos.
Entonces encontrarán escobas en todos los rincones,
trapos de piso, humedad,
los restos de comida que han quedado en el plato.


(De Lo real, nuestra casa, 1991)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

Países

El viaje es a la medida del dolor.
Entregar la mano, sentir los dedos,
las huellas digitales, la sangre que llega
desde triste frontera.
Sentir el peso del esqueleto madurando,
dibujando círculos para obtener un punto de partida,
un leño navegando en un extraño río. Respirar
con la boca entreabierta, mirar hacia delante
y hacia atrás, hurgar en los bolsillos,
secarse las lágrimas, quitarse los zapatos
para crear una frase común.
Hay esquinas que parecían países, murmullos, ecos,
países que no tenían ciudades, llanuras
ni mares interiores, vacíos por dentro,
países, en fin, hechos sólo para morir.

(De Lo real, nuestra casa, 1991)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

Cuerpo y alma

El alma soporta la idea de la muerte
sola en su misión,
apenas apoyada en la fragilidad del cuerpo.
Un incipiente calendario
le arroja algo de esperanza,
le insinúa la penumbra del ojo
por la ventana entreabierta de la realidad.
Nada le ofrece protección
y la idea desciende como el rocío
sobre los techos de las casas.
Cuerpo y alma suspendidos sobre el vacío,
colgando de una soga,
materia descreída,
ojo lisiado enfrentando la oscuridad..

(De Zona de entendimiento, 1999)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

Las llaves

La tarde resta a la vida
semanas de silencios.
La niebla confunde al viajero
en la vía muerta de una ciudad cercada.
Es poco para un desconocido que ve la aurora
desde la morada del llanto.
Las preguntas apuran al desprevenido,
casi sin equipaje,
casi al borde de la muerte,
empeñado en abrir puertas
y buscar las llaves sin retorno
de la sabiduría absoluta,
llaves que el viajero había perdido,
sin saberlo,
en el momento de partir.

(De Zona de entendimiento, 1999)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

Zona de entendimiento

A veces pensamos que la soledad
es una cosa que podemos manejar
como si fuera una materia inerte.
Vemos la claridad desde la ventana
mientras la brisa mueve las cortinas.
El perro duerme debajo de la silla
y las horas pasan
como un ciego tanteando las baldosas.
En la mesa se amontonan libros y papeles.
Entonces nos acomodamos en un rincón
y buscamos imágenes de un paisaje ignorado.
Todo el silencio regresa de la calle
y se sitúa en la casa.
Nada se mueve, nadie habla.
La tarde es un atajo,
una zona de entendimiento
que nos mira desde la eternidad.

(De Zona de entendimiento, 1999)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

Cerca de mí

Cerca de mí,
todo está cerca de mí.
Los libros de la vitrina,
las hojas en blanco
y las reminiscencias de la noche.
Cerca está la vida despojada,
los recuerdos que estructuran el alma
y la mirada que partió.
Cerca, muy cerca está la lluvia,
la solitaria lluvia.

(De Aquello que uno ama, 2006)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

El invierno llega

El invierno llega
y se arrastra por la memoria.
El corazón de un viejo
llama a las puertas de las casas vacías
y no encuentra respuesta.
El frío penetra hasta los huesos
y el desamparo se dispersa en el viento
como el celo de una mariposa.

(De Aquello que uno ama, 2006)
Horacio Preler / El señor Gianni y otros poemas

Osvaldo Ballina / La aldea


La aldea, el desarraigo

Dentro de la extensa obra de Osvaldo Ballina, cercana a la veintena de títulos, Apuntes del natural –publicado en 2001 y al que pertenecen los poemas de “La aldea”– es, quizás, como dijera Federico Peltzer, “un libro verdadero pero desolador de nuestra naturaleza en crisis". Un libro –agregamos nosotros– que continúa en la línea formal que Ballina abrió con Confines (1998), con textos que parecen verdaderas parábolas, apuntes de una cosmogonía existencial y reflexiones en torno a la palabra poética.

La aldea” que da unidad a este conjunto de textos es a la vez real Osvaldo Ballinay simbólica. Nada más apartado, acaso, del tópico elegíaco de la Generación del 40. La aldea es el mundo (“Es casi imposible escapar de ella /.../ Quien sale y mira fuera de sus límites, se extravía en el tiempo”), es también el país (“Los árboles comenzaron a caerse con regularidad en la aldea /.../ Algo parecido sucedió años atrás con las personas. Desaparecían. Una manera de caerse del paisaje”), y la cárcel, o la casa, o la baldosa en la que ponemos o nos ponen límite a nuestra existencia.

En “La aldea” todo parece estar en orden: los árboles se caen con regularidad, las estaciones sucedáneas de las que trae el tiempo –lo irreal, lo infinito, lo invisible y lo ilusorio– llegan puntuales a ese sitio. Pero su orden es el de las hormigas que no tienen nombre ni historia, sólo disciplina, un orden que “deviene pánico” cuando alguien patea el hormiguero. Aldea de malos soñadores, de asesinos y verdugos “prendidos, ellos también, a la leche de la vida”, de objetos que buscan “un lugar en la memoria”, “un lenguaje aún sepulto”. El orden del mundo –parece decir Ballina– no está en el equilibrio social, en el control de los armamentos o en las leyes del mercado: es la palabra la que hace que el universo sea cosmos o caos.

Y sin embargo, el poeta no manifiesta una fe ciega en las palabras. En esta aldea de “pocos habitantes y muchas soledades”, “no hay nacimientos ni buena palabra”; para verlas por dentro es necesario partirse en tres y marcar con cruces los lugares en los que sorprende cierta felicidad; las palabras también tienen “su cuota de traición” y a ellas inclusive les toca desaparecer; porque una cosa es la palabra en abstracto y otra su materialización en la realidad, como la palabra “corazón” que era ovoide en la mente y circular y cuadrada en la sala de espejos.

Por eso, siguiendo la división que hiciera Dámaso Alonso de los poetas españoles modernos entre “arraigados” y “desarraigados” –división que bien puede extenderse a la poesía de todos los países y todos los tiempos–, podemos decir que Ballina –y los textos de “La aldea” lo demuestran– se encontraría entre estos últimos: poetas que no obtienen su fuerza de la fe en alguna divinidad o idea política, ni siquiera de la tabla de salvación de las palabras, pero que aún así luchan y escriben.


Guillermo Pilía

La aldea

La aldea se jacta de su propia ausencia. Es casi imposible escapar de ella. Sin espíritu cualquier espacio es cárcel. Tiene pocos habitantes y muchas soledades. Dicen que los divide el olvido. Pero los separa la misma lengua y los une la misma moneda. La aldea va desplomándose. No hay nacimientos ni buena palabra. Quien sale y mira fuera de sus límites, se extravía en el tiempo. De tanto en tanto, sobrevuela un halcón en el cielo.


Osvaldo Ballina / La aldea

Nacerse, deslimitarse, infinitarse, recrearse. ¿Cómo tener los fragmentos juntos?

Partió su espíritu en dos para ajustar su idea del mundo. El lado gozoso y el lado escéptico se alejaron en sentido contrario. Él siguió andando. En círculos. Si alguna vez se cruzaron entre sí, los tres vivientes nunca se reconocieron. Cada uno dio noticias de sus visiones. Marcó con una cruz los lugares en que fue sorprendido por cierta felicidad. Sólo así, aislados, lograron ver las palabras desde adentro.


Osvaldo Ballina / La aldea

¿Alguien habla y ríe con riesgo?

Es la estación de las hormigas. No hay referencia de su nombre ni de su tiempo. En el sendero, disciplinadas, llegan con su carga y regresan por más. Alrededor, el descampado. De pronto, alguien patea el hormiguero y el orden deviene pánico. Se mueven confundidas en todas las direcciones. Con carga o sin ella. Da lo mismo. El castigo es la ausencia. Serán devoradas.


Osvaldo Ballina / La aldea

La realidad sin pathos: pesadilla presa en el hielo

Los árboles comenzaron a caerse con regularidad en la aldea. Se desplomaban, sin explicación, en las plazas o en los parques. Nadie se dio por enterado. La vida era eso: la orfandad natural, sin tierra ni cielo. Algo parecido ocurrió años atrás con las personas. Desaparecían. Una manera de caerse del paisaje. Para compensar, construyeron casas que nunca fueron habitadas. Después, le tocó el turno a las palabras, con su cuota de traición. Se desprendió la vida. La claridad fue alucinación.


Osvaldo Ballina / La aldea

Quedarse mudos es una forma de morir

Pensó: las mismas palabras no identifican las mismas cosas. Apresuró el paso hacia el parque de ilusiones y luego en dirección de la sala de espejos reconstituyentes. Entró y se miró. El espejo le devolvió sus formas. Luego, radiografió el interior contenido en la carne. La palabra corazón era ovoide en la mente. Sin embargo, el espejo le descubrió un corazón circular y cuadrado. Desde ese instante, conoció la armonía antes negada: vivió circular y cuadrado.


Osvaldo Ballina / La aldea

La mirada, esa ambigüedad concéntrica sobre el otro cómplice

Son los mal soñados. En el reverso de sus párpados, golpean insomnio y angustia. En ellos, la vida no entró nunca. Tampoco, ahora, la muerte. Para siempre despiertas, las pupilas parten de una negrura y regresan a otra negrura. Es la violencia de la sequedad que no tiene principio ni fin. Según juran los mal soñados, sólo las piedras y los árboles cantan o hablan. ¿Quién vive?


Osvaldo Ballina / La aldea

El cielo atraviesa el mundo y yo a mí mismo

El tic tac alejaba y retraía las paredes a los ojos del niño en su cuna. Nada tenía nombre. Lo suyo eran los ojos, que miraban y miraban. La tarde sin otro humano caía. Tic tac, tic tac, del día a la noche, del agua a la sed, de la saciedad al hambre. Y también al revés, como el tac tic, tac tic de otro ritmo. Sólo sombras en los ojos que no podían traducir imágenes y significados. Los objetos se movían a su alrededor. Buscaban un lugar en la memoria, en un lenguaje aún sepulto. Las paredes, de nuevo, se alejaban. El universo se contraía, oscuro. El tic tac cesó. La casa se volvió más sólida. No hubo más jadeo. El índice del niño escribió el comienzo de esta historia: el sonido alucina el espacio.


Osvaldo Ballina / La aldea

En la confusión de roles, las palabras fueron tocadas por el odio

Lo irreal, lo infinito, lo invisible y lo ilusorio, llegan puntuales a la aldea. Son las estaciones guía, sustitutas de las naturales. Alguien murmura, ante cada una de ellas: siempre, nada, todo, jamás. Un instante después, lanza cada palabra contra el cielo para escuchar el rebote del sonido. Ellas vuelven a él en fragmentos de esperanza. O de una ilusión necesaria. Se desencaja del planeta. Para locura o libertad.


Osvaldo Ballina / La aldea

Paz en la indiferencia

Los asesinos se dan a la orgía en la casa que suda frío. Ni demonio ni dios la iluminan. No beben por sed. No comen por hambre. No eyaculan por deseo. Un orden los excede. Un aire negro los desmadra. Bebidos, comidos y fornicados hasta el hartazgo saldrán a cazar humanos. Un nuevo hambre, una nueva sed, un nuevo deseo. Verdugos prendidos, ellos también, a la leche de la vida.


Osvaldo Ballina / La aldea

César Cantoni / Intemperie y otros poemas


César Cantoni nació en La Plata en 1951. Publicó varios libros de poemas como Confluencias (1978), Los días habitados (1982), Linaje humano (1984), La experiencia concreta (1990), Continuidad de la noche (1993), Cuaderno de fin de siglo ( 1996), Triunfo de lo real (2001) y La salud de los condenados (2004). Si bien es cierto que por vecindad se lo ha identificado con La Plata y con el imaginario provinciano de “la ciudad de los poetas”, no es menos cierto que su poesía rebasa esos límites fáciles y concesivos. Así como la de Castillo, Preler, Ballina o Robino.

Hay una geografía de la escritura poética donde se determina el mapa César Cantoni construido por la experiencia individual, pero no necesariamente debe coincidir con ciudades y grupos sociales. Es una zona imprecisa que, al contrario de lo que se piensa comúnmente, nos confunde más que ilumina.

No deja, por ello, de ser una instancia de nuestro mundo acontecido en su fugacidad y su despojo. Ahí regresamos con los fantasmas de la memoria, tanto como con la lectura y con la palabra, para engañarnos con una lucidez que sólo existe en el objeto de nuestro afán: el texto. Esta zona imprecisa de la existencia no la barre el viento o la historia de un país. Por el contrario, la historia y esa dignidad que reposa en “los huesos, con su destello mineral/ de piedra pulida por la lluvia” (de La experiencia concreta) se vuelven incertezas que motivan la persistencia en el poema.

La poesía de César Cantoni habita esa geografía de la escritura que comparte con una tradición argentina afincada desde fines de los años 40, en la obra de Joaquín Giannuzzi y proseguida, luego, en los poetas de la promoción de los 80. Los registros de esta tradición, siempre desromantizados, a veces irónicos y otras amargamente escépticos, son sumamente vastos y cubren variantes enriquecedoras en un panorama en que se dan cabida las voces de Ricardo Aulicino, Héctor Freire, Alejandro Schmidt, Ricardo Costa o Abel Robino. Esta tendencia de la poesía abreva principalmente en la poesía norteamericana de Williams y Stevens, pero no deja también de alimentarse de corrientes europeas como la de Ponge y Benn, o en las exterioristas hispanoamericanas que hallaron en Veiravé su intérprete criollo. Mal llamada neo-objetivismo, redundó en nuestros días en toda una amplia gama de epígonos hiperrealistas que se aplanaron en una superficie tautológica tras la cual difícilmente se encuentra la experiencia poética.

En el caso de Cantoni, por el contrario, el poema desata la conciencia ante los fenómenos de la cotidianeidad que, en su manifestación concreta, contradicen los grandes relatos de la historia y la metafísica. El poema a partir de entonces no es sólo un trabajo con la palabra, es la aproximación a esa experiencia del vacío y la orfandad que se trasunta detrás de la superficie árida de las palabras. Los materiales artísticos están, así, destinados a la desidealización del lenguaje literario. Este procedimiento característico está fundado por un convencimiento raigal: la intemperie de la existencia. Un ejemplo es el poema “Un surtidor en el camino”, donde leemos casi como un arte poética la pregunta: “¿Por qué un surtidor debería ser lo que no es,/ componer, acaso, una metáfora,/ encarnar un símbolo arbitrario?”. El paisaje vacío del desierto –con todo su potencial simbólico– sirve de soporte a un largo viaje en que se da el acontecimiento del mundo vivido o mundo circundante aún en su estado anterior a la conceptualización. Es el mundo que los alemanes llamaron “Lebenswelt” para definir el espacio vital de los fenómenos anónimamente subjetivos. En ese mundo anida esta poesía, para luego construir su exasperada crítica de la vida cotidiana y social: “cada banco es un lecho sombrío/ la plaza entera, un asilo de expatriados” (Intemperie, de “Cuaderno de fin de siglo”, 1996). En “La salud de los condenados” se hace explícita la sobrevivencia del testimonio de la derrota, una sobrevivencia en que cabe la pregunta por las desapariciones y la afirmación de una resistencia continua, casi eterna.

Quizás el poema “Diógenes…” que cierra esta antología nos dé la estremecedora respuesta que la lectura total nos propone desde el inicio. Volvemos a la noción de intemperie desde una perspectiva positiva, cuyo sentido se alcanza a partir de un uso primigenio. Tito Livio y los agrónomos latinos usaban esta palabra como intemperies caeli, las inclemencias del clima. Luego pasó a ser la negación de un estado deseado, el de temperatus, con el que se quería hablar de lo convenientemente distribuido y dispuesto. De ahí que la intemperie esté en el orden de lo caótico y de lo injusto. Pero en el poema, se revitaliza como condición de lo humano, como desarraigo en el orden catastrófico de la historia y sus injusticias, contra las vidas hechas a medida de lo convenido y concedido social y políticamente. Una imagen basta, entonces, para dejar aparecer la condición vagabunda del hombre, en la cual la orfandad y el vacío son asumidos con la libertad “incondicional del viento”.

Mundo e intemperie son las circunstancias de nuestras vidas. Lo demás no deja de ser falso acontecimiento con el cual se resigna la libertad. Cantoni lo sabe y lo hace saber.

Osvaldo Picardo
Mar del Plata, enero de 2005

Lo más digno de nosotros

Siempre pensé que los huesos, con su destello mineral
de piedra pulida por la lluvia, son lo más digno de nosotros:
sobreviven largamente a la putrefacción indecorosa de la carne
y no tienen la astucia ni la maldad del alma.

(De La experiencia concreta, 1990)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Noche estival

Por la ventana abierta de mi cuarto
entra el viento encendido que viene del oeste,
entra el perfume de las flores del patio,
entran la luna y las estrellas,
y en medio del bochorno de la noche
entra también una mágica luciérnaga,
un minúsculo universo que se basta a sí mismo
y deja en la penumbra sus improntas de luz
para desvelo de la mente absorta.

(De Continuidad de la noche, 1993)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

El tiempo irreparable

Quién iba, entonces, a pensarlo.
Lo cierto es que mi padre está muerto
como si nunca hubiese estado vivo.
Un día se le helaron las manos y los pies,
y la casa se llenó de parientes,
y mi madre lloró, de rodillas, junto al lecho.
Todavía lo recuerdo.

Mi padre está muerto o ya no está,
y no es suficiente ahora saber que fue feliz.
En este callado amanecer de otoño,
mientras el agua burbujea en la pava,
y la radio reporta las últimas catástrofes,
y yo cumplo con el rito habitual de afeitarme,
sólo una cosa es real: su ausencia, que no cesa.

(De Continuidad de la noche, 1993)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Intemperie

La noche oficia de enfermera
entre los miserables que duermen en los bancos de la plaza.
Cada banco es un lecho sombrío,
la plaza entera, un asilo de expatriados.

Mendigos: allí fueron dejados a través de milenios
y allí permanecen, estoicos, todavía,
esperando que la muerte venga a despertarlos
o algún patrullero se los lleve.

(De Cuaderno de fin de siglo, 1996)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Un surtidor en el camino

Tras mucho viajar por el desierto,
vi un surtidor en el camino.
No era un sueño, no era un árbol talado,
no era una estrella que caí­a.
Era un surtidor en el camino.
No tení­a alas, no tragaba monedas
ni proponí­a ninguna reflexión en especial.
¿Por qué un surtidor deberí­a ser lo que no es,
componer, acaso, una metáfora,
encarnar un sí­mbolo arbitrario?
Lo que yo vi, fuera de toda controversia,
era un surtidor en el camino,
sí­, un surtidor en el camino,
nada más y nada menos que un viejo surtidor.

(De Cuaderno de fin de siglo, 1996)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Momento en la carnicería

En hilera, contra blancos azulejos salpicados de sangre,
las reses colgaban de las gancheras hasta el piso,
y yo sentí­a que la poesía de todas mis horas
se confundía con esas carnes irredentas
de una manera vulgar e inocente,
y por un momento padecí la insalvable contrariedad
de ver enfrentados los sueños de los hombres
al filo mundano de la cuchilla del descuartizador.

(De Cuaderno de fin de siglo, 1996)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Hotel

Ella está sola en un
cuarto de hotel, escuchando
viejas canciones por la radio,
mirando pasar autos
desde la ventana.

Ella está sola y nunca
espera a nadie.

Los hombres que recibe
pasan tan rápido como los autos
allá afuera. No guardan
la nostalgia de las
viejas canciones.

(De Triunfo de lo real, 2001)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Aquí no hay Dios

Aquí no hay dios, ni griego ni romano,
que presida ninguna ceremonia.
No hay oro ni laurel para los vencedores.

Aquí no hay más que un piquete de obreros,
con martillos neumáticos, rompiendo la calzada,
haciendo un pozo que no será nunca

el ombligo del mundo, la fuente de las revelaciones.
Un pozo más hondo que el sentimiento de los dioses,
más negro que el propio corazón humano.

(De Triunfo de lo real, 2001)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

A la manera de William Carlos William

Sólo quiero que sepas
que si detuve mi marcha
ante tu puerta,

y no seguí de largo,
y no crucé la calle,
y no doblé en la esquina,

no fue porque olvidé
donde vive
el jardinero

(al que buscaba
para podar
la ligustrina),

sino porque tus ojos
me distrajeron
del camino.

(De Triunfo de lo real, 2001)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Album de familia

Murió mi padre, murieron mis abuelos,
murieron mis tíos carnales y políticos.
Una familia entera de herreros,
ebanistas, curtidores, albañiles,
yace ahora sin fuerzas bajo tierra.

Y yo, el más inútil de todos,
el que no sabe hacer nada con las manos,
he logrado sobrevivir impunemente
para llorar delante de una foto
lo mejor de mi sangre.

(De La salud de los condenados, 2004)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

La salud de los condenados

Si es más ejemplar la cicuta que la hoguera,
atosigar las vísceras que hacer leña del cuerpo,
la muerte de Sócrates que la muerte de Giordano Bruno
(¿dónde encuadrar las desapariciones?),
son los temas menores del patíbulo.
Porque, a la postre, el condenado sobrevive siempre.
Su voz transmigra en las voces del viento,
fluye a través de los cauces subterráneos de la historia,
toma por asalto las villas, los pueblos, las ciudades,
y sin necesidad de lengua que la asista
les habla a los verdugos.

(De La salud de los condenados, 2004)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Diógenes o el ideal del vagabundo

Yo sigo prefiriendo al hombre sin casa. Abel Robino


Vivir a la intemperie.
Vivir al arbitrio de la intemperie.
No tener nada, no querer tener nada.
No aferrarse al pasado ni al presente,
menos al porvenir. (Incluso,
renunciar a la vana tentación de dejar huella.)
Ir simplemente de un lugar a otro,
como un acólito incondicional del viento.
Encarnar la metáfora del viento.
Salvarse por el desarraigo.

(De La salud de los condenados, 2004)
César Cantoni / Intemperie y otros poemas

Abel Robino / Poemas


La poesía de Abel Robino me es particularmente familiar. La he visto nacer, crecer y desplegarse hasta alcanzar – como lo confirma la presente selección – un depurado esplendor. La he visto, también, mudar de piel, trasplantarse de un continente frustrado a un continente agotado y, sin embargo mantener vivo et pathos de origen. Pathos nada común en esta época posmodernista, "alejandrina", en cuyo contexto es preciso ubicar estos textos de Robino pertenecientes a su libro Hiel por Hiel – Tierra Firme, Buenos Aires, 1977 – que producen un notable impacto : el de esa gota de agua que da título a uno de los poemas y que atraviesa el bloque de lo real.

Abel RobinoEsa gota de agua es, podríamos aventurar, una metáfora del canto, de la palabra poética, pero no de cualquier palabra sino de aquella que – como lo dice el autor – nace de la lengua desgarrada por el escorpión de la muerte.

Sólo así es posible horadar ese bloque, "desinfectar el misterio" y asomar ileso por el otro lado donde esperan, en el colmo de la desdicha, también tinieblas. Se trata de un proceso dramático, que exige una serie de metamorfosis : cuervo, lobo, escuerzo, cerdo, la liendre evocadora de John Donne, el gato negro y finalmente, ese pájaro de la India cuyo máximo canto es "un silencio que sacude las plumas". Tan someramente, el sentido último – o uno de los sentidos – de esta poesía llena de imágenes deslumbrantes, recursos melódicos, desolada grandeza y, sobre todo, dueña de una patética belleza que cumple con el sabio precepto : "¿ Lo bello es terrible!".


Horacio Castillo
Miembro de número de la Academia Argentina de Letras

Gota a gota

Y ahora soy la gota de agua,
por siglos caigo sobre el mármol,
lo que digo ya a sido por otros dicho,
lo repetido tantas veces repetido.
Atravesar el bloque un día es mi destino
y no ser la huella, la incisíon, la marca,
palabras frecuentes entre todos,
sino lo que ha escapado de la piedra :
infinito, desperdigado, impossible.


(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Extraído del carnet de las reencarnaciones

Como cuervo: atravesé algo sin límites
el cielo y los augurios, en un ridículo
mecanismo emplumado, menudo, cerrado;
dispuesto a seducir al mundo como víctima
de una belleza negra, de un pasajero temor.

Como lobo: creí poder nacer de mis dientes
y de mi baba, descansar en una garganta abierta,
correr con algunas vísceras, sorprendidas, humeantes
y nunca morder el corazón que ama,
repleto de llanto de opaca enfermedad.

Inserto en cada porción mortal desgrané
uno a uno los días del escuerzo, la liebre y el cerdo.
Pronto mi destino será un residuo de cosa viva
que desde las ávidas sombras del planeta espera
una certeza más del desamparo.

Ahora, como liendre, aspiro a recalentar mi sangre
en otra sangre, a poner fin a mi aventura en el más
dulce de todos los venenos.


(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Seco ramillete de lilas

Ninguna fresca voluntad reparó su dilatada plenitud
mientras desprendía en su perfume la perfecta convicción
de un sentimiento para todos ;
el apacible desafío de un violeta enfermizo.
Hasta tropezar con su formato seco,
las filosas migajas de una sombra paralela.
los tallos gomosos, el sufrimiento ocre
y toda esa apariencía deshilachada
que tanto se parece a nuestra dignidad y a nuestra fortuna.
Ahora, la pérdida excita la imaginación a destilar
un aéreo y sin culpa estuche de lilas,
un cambio estratégico de la ilusión,
servirse de los inevitables dientes podridos
de un justo porvenir
para merecer el derroche de cualquier esplendor.


(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Arte poética

Lo invisible es fácil de ver y yo diré la verdad :
en mi juventud, escudriñé el cielo con un ojo fanático
mitad cólera, mitad estupor
esperando que de lo alto se anunciase el día
y me descubriese así la boca abierta al infinito.

En la edad sin razón, siguiendo consejos llegué a probar
con un escorpión sobre la lengua,
qué otra cosa que unas pocas tinieblas a descubrir
se le puede pedir a la delicada virtud de un aguijón.

Con los años y las ruinas de la ilusión intenté
vislumbrar algo, arrancando de mi mente todo convencimiento
de lo real y tan solo agité la cabeza en un largo sí,
en un largo no.

Desahuciado visité la muerte en la fosa de los elefantes
donde oí decir de nada sirve venir a enumerar huesos
perdidos mientras lo singular y desconocido,
como una pulga, salta entre nosotros.

Lo invisble es fácil de ver y yo diré la verdad :
solo es necesario desinfectar el misterio
y larga vida a las promesas,
y larga vida a sus inocentes.


(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Naufragio de un gato negro

Hacia aquel lugar
para que rebalse de dolor el costado izquierdo,
acarreamos a una fosa fresca un gato muerto
(o para mejor anunciarlo, caído en aguas desconocidas).
Hacia aquella abertura estrecha y en su honra
arrojamos cartas, dibujos, jardines
(todo el sin sentido del amor, costumbres y peripecias).

Hacia aquel lugar
donde aun se explican lo hechos
con palabras, se habla de un misterio ágil
que entra en un misterio que detiene.
se habla de las extrañas causas de la vida
cobrando ardor ante la ingravidez de este cuerpo menudo.

Hacia aquel lugar
por esta cercana pasión ahogada,
por un amanecer sin uñas, sin elasticidad ;
cuando nadie previó en nuestro cariño
una oportunidad doméstica;
en esta emboscada de presa
sin suerte, a flor de piel.

Hacia aquel lugar,
siempre nosotros, los de la tristeza cultivada,
los de la pausa al hablar a solas,
los de esa manera de acariciar con los recuerdos.

Hacia aquel lugar.

(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Ultimas imágenes de un jardín argentino

Para que el sanguíneo circuito de los recuerdos no quede
en blanco añado últimas sensaciones de un jardí­n
perdido, un frágil instante ayudado por unos pétalos
que casi rozan el azul.
Aquello fue una ofrenda sobre finas hierbas en la brisa
mientras los restos de confianza que nos quedaba por rendir
se inclinaron ante el fresco placer a la deriva.

Lejos de esta pausa terrenal, lo cotidiano se esmera
y ensombrece en cada sacrificio y mira hacia atrás
donde los geranios abandonados crecieron
más altos que aquel anhelo y me repito antes de dormir
si un último placer nos sería otorgado, que sea
el de un regreso a aquel error justo, floreciendo a ciegas,
mostrando que todo estilo propio estalla en soledad para nadie,
dispuesto a la demagogia de quién sabe qué
temblorosa inquietud.


(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Canción del exilio

A Sandra Rossi

Salve la prédica:
no hay lugar en la tierra libre
de nostalgias, pues viene con nosotros.
Salve la lava de nuestra ira
y que no te alcance.
Salve los enemigos perpetuos
pues la venganza
alarga los días de quien la trama.
Salve los que no han perdido el rumbo
el camino impalpable sin más huella
que el olor a punición y a suerte.
Salve quienes dormidos repiten
hiel por hiel.
Y salve también la que no nos olvidó
la que ya no huye a las fieras de la congoja
la que simula el tétano de la muerte para
que la asquerosa bestia de los recuerdos
no le descubra la herida en la que,
atada, viaja mi juventud.


(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Pájaro de la India

Un pajaro que en la India nace invisible
al tacto torpe de nuestra mirada, al ancho
ademán de los escrúpulos occidentales,
un fulgor insospechado,
insertado en los clásicos y monótonos
latidos de la especie,
que vive de arroz seco, yema de huevo
y una cucharada de miel
y que amanece sin confusiones ni recelos.
Alojado en una jaula de color furia
se lo deja oír grabaciones
de los más grandes tenores,
esos que han hecho cimbrar el mundo
así, este ser transcurre sus días agrandando
un poco más las diferencias sobre la tierra
y cuando la muchedumbre implora
a gritos por oír su canto una cadencia nueva,
una pieza legítima del fondo de sí,
con la fatalidad clavada en el ruego,
quiebran la nuca
ante un silencio
que se sacude las plumas.

(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Drogas

El rojo aceite de atardecer.
El digno olor a papel sin marcas.
Y la tierre ausente,
siempre de regreso
en las tragedias que lavan :
el llanto o la lluvia.

Encontrada la poción,
deshojar miserias,
es la mejor manera de embriagarse.

(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Graffittis en tierra de desaparecidos

Se nos podría presentar así:
Nos hundieron la cabeza
en vinagre, graza o aserrín.

En otros casos podriamos decir:
Muerte por agua de letrina,
aceite o kerosene.

Y no faltaron restos de estopa
o loza molida obstruyendo
el agujero pulmonar.

De qué hilo de vanidad colgó
nuestra falange de creyente
mal cortada por ley.

Que se proclame :
sobre nuestras tumbas
no crecerán las violetas.

Alto, bien alto el pellejo
que inflamos de esperanza,
cuerpo de ocasión.

Se nos podría presentar así:
nos desangraron a cuatro venas.

(De Hiel por hiel, 1997)
Abel Robino / Poemas

Cuadernos Orquestados

La historia de los Cuadernos orquestados comienza por ahí por el año 2005 ...

En ese entonces con ocasión del homenaje que la ciudad de Pergamino rinde al poeta y artista plástico Abel Robino, el editor Ernesto Girard decide publicar una edición de sus poemas. Edición de unos 200 ejemplares, ofrecida graciosamente a los lectores.

Los textos fueron seleccionados y prologados por el poeta Horacio Castillo, caligrafiados por Ernesto Girard. Esta edición debería considerarse como el número cero de lo que hoy son los Cuadernos orquestados.

Nace de ahí la idea de continuar este tipo de publicaciones integrando poetas de una cierta trayectoria, de distintas generaciones, y además originarios o residentes en la ciudad de La Plata.

El año 2006 aparecen los dos primeros ejemplares y se impone un ritmo semestral de aparición. Abel Robino dirige la colección que Ernesto Girard edita, recurriendo ocasionalmente a la caligrafía. Y se distribuye gratuitamente. Cuadernos orquestados integra gradualmente los autores editados como colaboradores, como responsables de las notas introductorias ...

Cuadernos orquestados en internet es el paralelo de una experiencia que pretende prolongarse en el tiempo y en la geografía. Creado y realizado por Fernando Orellana, el sitio web reproduce los textos de cada nueva edición impresa bajo una forma original.

Todas competencias confundidas y en orden de aparición en esta iniciativa, los protagonistas y participantes de Cuadernos orquestados son:

Abel Robino
Ernesto Girard
Horacio Castillo
César Cantoni
Fernando Orellana
Osvaldo Picardo
Osvaldo Ballina
Guillermo Pilía
Horacio Preler
Gustavo Caso Rosendi
Guillermo Lombardía
Rafael Felipe Oteriño
Patricia Coto
Norberto Antonio
Norma Etcheverry
Sandra Cornejo
Raquel Sinelli
Ángela Gentile
Marcelo Vernet
María Laura Fernández Berro
Luis Pazos
María Paula Salerno
Néstor Ponce
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