Cuadernos orquestados

Colección de poesía

José María Pallaoro / Cantar a tientas

José María Pallaoro: poesía de la pérdida y del ultraje

Establecida entre la contemplación y la melancolía, la poesía de José María Pallaoro traza una ardua línea de tensión con el silencio. Mucho de la inasibilidad del haiku, del vacío omnipresente que pone a prueba las palabras que son mencionadas, están presentes en los breves poemas donde la fugacidad y lo perdido reinan. En principio, puede arriesgarse que la poesía de Pallaoro es alentada por una prudencia en el decir que va dejando amplias zonas para que fluyan los ecos, de modo que el latente coloquialismo que subyace o que la anima es interferido por el fragmento, por cierta inconclusión de la frase que alienta el misterio.

Algunas líneas de relación podrán trazarse entre los versos de Pallaoro y los poetas de comienzos de los sesenta, si pensamos en Bayley, en Jitrik, en Urondo, en Gelman, donde los vestigios de la vanguardia, sobre todo lo que venía de Eluard y el surrealismo, eran tamizados por la preocupación social, y por una reivindicación del habla popular, de sus giros y de su entonación. En algunos poemas puede notarse la impronta de Vallejo, quizá reinterpretado por Gelman. La ruptura de la prosodia interna del verso, el descoyuntar en varios ritmos el fluir del poema, el cambio, a veces de persona referencial, la ausencia de puntuación, no sólo hacen pensar en la estética vallejiana, sino en una lectura persistente de Gotán o de Violín del solo, de Gelman. Bastan algunos atisbos, unos escasos términos y un ritmo que se quiebra para dar paso al concepto y, como en una suerte de cuadro cubista, se establece el clima del poema.

Aunque, es probable, que la preocupación formal, pasada la etapa de fascinación por la poesía social, donde hasta los títulos son elegidos entre los plurales significativos, no sea más que una muestra de empatía con los discursos fundantes, precio que todo poeta paga y pagará, ya que hay, en la poesía de Pallaoro, un desvelo que atraviesa los poemas constituyendo el tema, a nuestro juicio, esencial: el devenir y la memoria. “La Plata, 21 de septiembre de 1976” sería ejemplo de esta búsqueda de lo perdido, resignificado. “La Plata, 21 de septiembre…” es un poema en prosa donde se enuncian “detalles”, cotidianeidades, objetos, pero la razón que lo vertebra es la necesidad de recuperar, a través de la memoria, un paisaje devastado al que hay que preservar, por lo menos en la escritura, “lejos, lejos, lejos del dolor y de los peligros del mundo”. De modo, que melancolía y memoria tendrán su reaseguro en las frágiles palabras escritas, pero, por lo menos, podrán volver a tener su reino.

Otra cuestión presente en Pallaoro es la homologación de la actividad poética con el acto de resistencia cultural, lo cual, nuevamente, da el matiz político y anuda su poesía con una extensa tradición que, desde el futurismo ruso, atraviesa la poesía social latinoamericana. En el poema “Cantar a tientas” dice: “Hoy/ las cosas no han mejorado/ y los pájaros que aún sobreviven/ cantan/ a tientas/ todo el tiempo// con señas desesperadas”. Aunque, si se ordenan los conceptos, vistos en secuencia cronológica, se verá que el arrebato vallejiano inicial, y la posterior absorción de la poesía de Gelman y el orden político, va decantando, sin perder los valores axiológicos (resistencia, compromiso y poesía como función) hacia una valoración elegíaca de los temas, donde el paso del tiempo y la revaloración del mundo perdido son más acuciantes y, por último, definitivos.

Con motivo de la aparición de Son dos los que danzan, Irina Bogdaschevski escribió que “el recurso metafísico de José María Pallaoro es la profunda y maravillosa melancolía que colorea intensamente el recuerdo desangelado de los vuelos que tanto añoran siempre los humanos. Eso le hace volver todo el tiempo a la imagen del pájaro, su “alter ego”, de ese ser frágil, pero libre de subir las alturas envidiables. Le hace sentir al poeta una admiración por las extrañas propiedades del tiempo: por su paso lento, muy lento o aceleradísimosegún la envergadura de las alas. Y el poeta se estremece también al percibir con mayor agudeza que cualquier otro ser humano el pausado goteo de la entropía, que a pesar de todos los esfuerzos de la humanidad por aparentar que nada está sucediendo, sigue su paulatino trabajo destructivo. La causa de todas estas emociones es siempre aquella que palpita en lo profundo de todo don poético: una sensibilidad excesiva con respecto a la vida, al amor, a la muerte”.

Podría decirse que la poesía de Pallaoro describe una parábola que va desde el asombro, atravesado por fragmentos de poética vanguardista-social, hacia una decantación posterior que parece dictar los versos desde una zona de pérdida y de ultraje, y es esta zona, que fue dañada por el accionar de las tiranías (la política y la del tiempo), puede ser reescrita como sitio de inocencia. Una suerte de visión amarga y restrospectiva, con atisbos de esperanza.

Daniel Ponce
La Plata, mayo de 2014


José María Pallaoro / Cantar a tientas

Tomé el catalejo...

Tomé el catalejo para saber qué ocurría
En la otra orilla alcancé a divisar a Li Po
que levantaba su copa de vino
y bailando / como un ebrio / nos saludaba
se lo veía feliz y yo era feliz y la felicidad
un lugar común
tan común que nos pertenecía a todos


City Bell, 1985

(De Pájaros cubiertos de ceniza, 1982-1990, 1999)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

La Plata, 21 de septiembre de 1976

No cambio por nada mi día de la primavera de 1976. La verdad que no. Y no me importa. Aunque puedan aparecer fotos amarillentas que corroboren lo contrario. Estuve donde tenía que estar. Tratando de ser sincero. Tratando de no mentirme.
¿Te acordás? Preparamos los bolsos y la canasta con fruta, sangüchitos, la Seven-Up, el termo, galletitas y mate, la yerba, el mantel y repasadores, el destapador, los cigarrillos y los fósforos. Y nos fuimos. Para El Rincón, nos fuimos.
Recuerdo vagamente el viaje en el 503. Sí, en cambio, es más nítida la larga caminata por la calle que zigzagueaba como viborita, allá, mucho más lejos del cañaveral, lejos, lejos, lejos del mundo.
"¿Dónde me trajiste", decías vos. Y nos reíamos y nos peleábamos y caminábamos para allá, lejos, lejos... No importa ya si no fue así. Importa cómo evoco ese día hoy.
Llegamos cansados. Y nos sentamos apoyando nuestras espaldas contra un árbol. (¿Casuarina? ¿Eucalipto? ¿Espinillo?) Y fumamos. Y vos hablabas y hablabas. "Nunca podés dejar de hablar", te decía. Yo te decía eso. Yo, que me encantaba escucharte, te decía, así, serio, te lo decía, y me reía por dentro.
El sol aparecía por momentos. El sol estaba. No necesitábamos sentirlo. Estaba. En nosotros estaba.
Encontramos un piso de baldositas verdes. Sólo el piso. Seguramente donde antes hubo paredes y ventanas, un cuarto y una cocina, quedaba eso, un piso irregular de baldositas verdes. Lo barrimos con una rama del árbol (¿Casuarina, eucalipto…?) y con los pies y con las manos.
"¿Dónde me trajiste?", repetías riendo y espantando los mosquitos, imaginarios o no, y sacudiendo con las manos el polvo del vaquero. Extendimos el mantel en el piso. "¿Querés mirar el cielo?"
Y ahora nuestras espaldas se apoyaban en el piso verde y nos tomamos de la mano y miramos el cielo y las nubes del cielo que el viento llevaba lejos, lejos, lejos.
Y ya no hablabas. Y yo te escuchaba. Y todo era silencio (ahora que ya sé que el silencio es el mejor compañero de las palabras). Por eso escribo, intento escribir.
¿Sabés? Años después, no sé si en otra primavera, estaba recostado sobre el pasto del jardín de mis viejos, otra vez, mirando el cielo y las nubes que el viento llevaba lejos, lejos, y escribí, le escribí a esas nubes que pasaban, que se iban, y me vi, en otros días, en otros parques y plazas de sueños colectivos, tirado en el pasto mirando el cielo y las nubes, pensando en un hermoso día de primavera de 1976, lejos, lejos, lejos del dolor y los peligros del mundo.


City Bell, 21/09/1986

(De Setenta y 4, 2011)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

Cantar a tientas

Hace una cantidad de años
se solía dejar ciegos a los canarios
para lograr en su canto
mayor belleza
–actitud típicamente humana
como cortar lenguas
cercenar gargantas–

Hoy las cosas no han mejorado
y los pájaros que aún sobreviven
cantan
a tientas
todo el tiempo

con señas desesperadas


City Bell, 07.1999

(De Son dos los que danzan, 2005; reedición aumentada, 2012)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

La enredadera

Las rejas desaparecen

Es indudable que ese jazmín crece
para recordarnos
que la belleza es
aún posible

Dentro de pocos días
sus flores perfumarán

la intimidad de esta habitación
donde consumo mis horas

en busca de un tesoro que no encuentro
y que no sé si existe


City Bell, 17.02.2002

(De Son dos los que danzan, 2005; reedición aumentada, 2012)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

Noche y niebla

Al amparo
de la noche y la niebla
lo subieron
a una Estanciera
y le vendaron
con un trapo rejilla
los ojos

Le quitaron el sueldo
que había cobrado
esa mañana
y lo llevaron
por el camino negro
–que reconoció
por los autos
que pasaban
a gran velocidad–

En la casa lo desnudaron

y con pinzas
pellizcaron sus pelotas

Dijeron que cerrara
la boca
porque si no iba a dejar
de tener antecedentes

Después se desvaneció

Cuando despertó
seguía
en el mismo
sueño


City Bell, agosto de 2008

(De Setenta y 4, 2011)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

Sontag

En el breve atardecer, la noche desnace al hijo. La lluvia cae salpicando las naranjas que aún no pude juntar. Hace frío en el galpón de los sueños, y a ella le agrada la fotografía perfecta del amor. Su nombre vibra lejos, como el negro cigarrillo que seguro se consume entre sus dedos. Hay un humo que se disipa junto al corte de luz involuntario. A oscuras, cierra los ojos y, en el hueco que dejó mi corazón extirpado hace más de seis años, ve nuestro atardecer mojado de jugos ilícitos.


24.05.11

(De 33 papelitos y una mora horizontal, 2012)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

En la mecedora

Los fantasmas del día irrumpen en la casa de la que se está yendo. Revisan habitaciones, alacenas, escondrijos de la que nunca vendrá. Se miran, preocupados y temerosos de la respiración pasajera que cae sobre la alfombra como piedra de la mano. Luego, quedan solos, en la sala adormecida, observando el balanceo de la mecedora de caoba, con refuerzo lumbar y manchas de sangre, que poco a poco se va secando.


12.08.11

(De 33 papelitos y una mora horizontal, 2012)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

No puedo cantar

Bueno, volveré a casa, hace ya demasiado
tiempo que no escucho el gemir del álamo,
volveré, estuve ciego, volveré, estuve sordo;
volveré a casa, ese es mi deseo, volveré
a usar mis manos en el jardín, limpiaré
los rincones; hola John, hola George, sonará
otra vez la música de días mejores, hola
Raymond, hola Joaquín, hola Edgar, hola fantasmas
de mi corazón, volveré, volveré a ustedes. Ey,
adiós amigos, he estado demasiado tiempo
buscando lo que no existía, yendo hacia
lugares donde no me esperaban, bueno,
estaré pronto, allí estaré, allí, bailaremos
los dos en el río amarillo, como ayer
bailaremos y nos pondremos rojos
de dicha, con vos, la dicha de estar con vos,
allí, en mi lugar, y papeles y papeles y viento,
volveré lugar, volveré hogar, estuve tan mal
afuera, quiero, sí, quiero un poco más de luz,
volveré, amor, volveré, estuve perdido demasiado tiempo.


15/04/11

(De Una medida adecuada a todo, 2012)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

Soolaimon

Aún resuenan en mis oídos
tus palabras:
“cuando yo ya no esté
te vas a arrepentir”.

Pensaba en esto
y el teléfono sonaba.
Cuatro veces sonó.
Hasta que el contestador
repitió como lorito
alguna tontera que grabé
y un breve fragmento
de all you need is love.

No dejaron mensaje.

Y esto ocurría mientras miraba
algo por la tele
pensando en lo que dijiste
la otra noche.

Que la paz sea contigo.


City Bell, 2001, c. 2010
(De Una piedra haciendo patito, 2013)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

Baldíos

Desde hace un tiempo, habita una extraña mancha en la pared. La veo desde el interior de mi casa. La pared es una medianera. Da a un baldío. Nunca pisé ese baldío. Tampoco sé el origen de la mancha. Si bien la pared está un poco alejada del ventanal, digamos unos ocho metros y medio, no llego a percibir su naturaleza. No es de humedad, seguro. Ni la sombra de un pájaro petrificado. Es una mancha que nunca cambia. Sea la hora del día que sea, la mancha permanece inmutable. A veces, tengo el deseo de salir, y observarla mejor, pero la sensación persiste unos segundos, y enseguida retorna la cordura. También, en ciertos breves momentos, quisiera perderla, y ver, y ver realmente esa mancha que como escupitajo o asteroide desconocido está aplastada a la pared que da a un baldío.


(De El flautista de City Bell, libro inédito)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

José María

Mi abuelo perdió una pierna. Luego, la otra. En honor a él llevo su nombre. En honor a él camino por este pueblo que lo cobijó como si fuese el suyo. Algunos piensan que soy sus piernas; otros, imaginan una silla de ruedas en el rincón más oscuro de mi habitación.


(De El flautista de City Bell, libro inédito)
José María Pallaoro / Cantar a tientas

El contrato

Debo leer cuentos y poemas. Demasiados. Es mi obligación del día de hoy. No dormí en toda la noche. El motivo era otro, no eran los poemas ni los relatos. Otro. Era. El motivo. Veo carpetas y fotocopias sobre la mesa, una montaña de papeles inauditos. Pero es mi vida la que está en juego.
En el cruce de las calles 471 y 29, firmé con sangre el contrato. Y lo que se firma con sangre si no se cumple termina. Escribo estas palabras con un arma incrustada en mi sien. Debo leer cuentos y poemas y el día no podría presentarse más feliz.


(De El flautista de City Bell, libro inédito)
José María Pallaoro / Cantar a tientas