Son los mal soñados. En el reverso de sus párpados, golpean insomnio y angustia. En ellos, la vida no entró nunca. Tampoco, ahora, la muerte. Para siempre despiertas, las pupilas parten de una negrura y regresan a otra negrura. Es la violencia de la sequedad que no tiene principio ni fin. Según juran los mal soñados, sólo las piedras y los árboles cantan o hablan. ¿Quién vive?


Osvaldo Ballina / La aldea