Partió su espíritu en dos para ajustar su idea del mundo. El lado gozoso y el lado escéptico se alejaron en sentido contrario. Él siguió andando. En círculos. Si alguna vez se cruzaron entre sí, los tres vivientes nunca se reconocieron. Cada uno dio noticias de sus visiones. Marcó con una cruz los lugares en que fue sorprendido por cierta felicidad. Sólo así, aislados, lograron ver las palabras desde adentro.


Osvaldo Ballina / La aldea