Junto con ellas, el cuento que él se contaba sobre ellas,
el de una escritura inscrita en ellas de una sintaxis misteriosa.

Ellos estaban celosos de la mía,
un guijarro de tiza dentro de una cajita,

como Callois del secreto del frijol saltarín. No importa
lo que tenga dentro, sino su movimiento mágico que motiva
el ensueño decía Breton. Pero Callois quería cortarlo como un chico
para descubrir el misterio de la inquietud de la vaina.

Y tenía razón, dentro vivía una larva que sacudía la semilla
cuando sentía calor. Con paciencia se puede llegar
a ver el gusano abandonando su casa.

El punch maravilloso de Breton no existía. Pero sí las investigaciones
líricas de Caillois-Caillou. Investigación y poesía van juntas para toda
experiencia sobre la tierra, incluso sobre y debajo de ella.
La red de los sueños es la misma red del conocimiento.

Y es mentira que todo en la naturaleza sea razón y necesidad.
Abundancia, juego, derroche y ebriedad y hasta deseo puro
de gustar y decorar como dice en La escritura de las piedras,
de su sintaxis críptica que completan los poetas.
Piedras que reflejan la importancia del cielo
o guardan agua como el ágata que Caillois quería descubrir
sabiendo que el agua guardada no era tal sino un recuerdo
imaginario para nadie.
Como una vida, se puede evaporar en un segundo después
del encierro de tanto tiempo por la más mínima fisura.
Sólo la inmensa presión la mantuvo líquida.

Por eso te fascina el cuarzo,
esa fuerza perdida del padre. Si hubiera sido
cristal de roca, no hubieras podido fugarte,
meteorito consumido por tu propia caída.
Pasajero decepcionado
encerrado
en el espacio abierto. Soy yo todavía
la intrusa estupefacta.


(Inédito)
Roxana Páez / Crying Body