En los desiertos, mi Señor,
reina el temor a ti. Los oasis
se convierten en sangre o pez.
Extraños viajeros con los cabellos
blancos por el terror y el caminar
vacilante, formando arabescos en
la arena, hablan de un árbol que
crece con las raíces en el aire, de
una ciudad de la que los habitantes
huyen despavoridos sin poder
abandonarla, y de una bestia
aullante que ronda en la noche
devorando las pesadillas de los
hombres que cometen el descuido
de soñar con los ojos cerrados.
Los comedores de carroña, los de
negras alas y gritos de presagio,
se suicidan devorándose las
entrañas. Una serpiente de la que
nadie puede dar testimonio de
dónde comienza ni termina su
cuerpo, recorre las tiendas
anunciando tiempos de
desgracia. El viento sopla
contra sí mismo y llueve de la
tierra hacia el sol. Nuevas y
desconocidas constelaciones
han nacido en el espacio
condenando a los astrólogos
al exilio y la locura. El desierto,
mi Señor, te pertenece.


Luis Pazos / Señor de la alucinación