Tú y yo recorrimos
tantos laberintos,
compartimos tantas
oscuras mitologías.
Yo bebí de tus senos
masculinos la leche
negra de la profecía. Yo
busqué para aniquilarme
tu vientre marimacho. Yo
busqué tu vientre
marimacho como el
desierto al viajero
fugitivo, como la jaula de
oro al pájaro de los ojos
de espejo. Yo tapé mis
oídos para no oír tu
palabra, cerré mi boca
para no pronunciarte y
mutilé mis manos para
no golpear en tu morada.
Pero tú eras el corazón de
mi erial y el clamor de mi
silencio. La señal, la señal,
y el signo descendió sobre
mí y bebí de tu sangre
y comí de tu carne.
Pero mi sed no fue calmada
ni mi hambre saciada, porque
antes de ti y de mí, tú y yo
éramos uno. Ebrio de mí
mismo, habité el país de la
ausencia. Pero el cazador
arrojó a la noche su venablo
y la presa conoció el placer
del dolor infinito. Amante y
amigo, herido de ti reposo
en ti, porque tú eres mi solaz,
mi pradera, mi sol de
medianoche y el compañero
de mis juegos.


Luis Pazos / Señor de la alucinación