De los dioses se decía que no era posible conocer su color porque éste indicaba el carácter insondable de su ser, así como para los antiguos egipcios la palabra color equivalía a esencia. "Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro", dice el poeta, y si bien lo blanco y lo negro tienen infinitas simbolizaciones en todas las culturas y religiones, antiguas y modernas, es fácil reconocer que, en su mayoría, lo blanco refiere a la Vida, a lo positivo, a la luz que emana de la sabiduría mientras que lo negro nos remite a la Muerte, a lo negativo, a los enigmas de nuestra propia Sombra.

En este poema lo vital está, en principio, representado por el pecho blanco de la madre empeñada en asegurar a su hijo un camino tibio y leve, sin heridas, o, lo que sería mejor, sin misterios, sin sed de preguntas que nos enfrentan al núcleo de nuestro ser, es decir, a la inminente posibilidad de la muerte, única certeza entre lo contingente. Blanca es la leche de la Madre Tierra, dulcísima y musical, luz del mundo. Negra es la amargura de la falta.

Sin embargo, el hijo, por su propia naturaleza, porque nació "con la boca abierta a lo inefable" (como dirá Castillo en "Contrapunto", otro poema suyo que se corresponde con éste), incansablemente buscará el otro pecho. "…pero mi boca buscaba otra vez el pecho negro"-dice-, cuya leche no sacia nunca porque lo que provoca es justamente la sed de conocimiento, de verdades que jamás serán del todo reveladas al hombre, aun cuando lo constituyen o precisamente por eso.

Es la leche oscura, infinitamente agria del "deseo de los deseos", esa condición que nos separa de los animales, que nos determina y nos tienta a buscar, a buscar siempre, y siempre algo más. Porque sólo el Todo es lo verdadero -tal la máxima hegeliana- y, sediento siempre, el hombre en su finitud busca en ambas fuentes con la ilusión de vivir una existencia completa. Y es en la "Coda o romance" de "Contrapunto", donde Castillo nos devuelve lo blanco y lo negro ya no como antagonistas sino en la identificación al estilo romántico de la muerte con la culminación de la vida tan presente en Keats, en el expresionismo de Rilke, y, sobre todo, en Trackl: Un caballo blanco y un caballo negro que se intercambian las monturas al final del día, luego de haber compartido el pan y el vino.

Así, lo negro y lo blanco están entre el principio y el fin de nuestra existencia, y el reflejo de ambas orillas alimenta nuestro espíritu inquieto. Es la vida que susurra y nos ilumina con una sonrisa y es la muerte siempre latente, dándole densidad y sentido a lo que nos rodea. En esa dualidad suceden los actos humanos, y es en la conciencia de ese espesor donde los poetas beben, escupen, tragan, transforman lo líquido en palabra hasta que, final y felizmente como es el caso de Horacio Castillo, cantan.


Norma Etcheverry