Para ti y para mí
ha llegado la hora
del exilio. Como dos
amantes condenados
a la lapidación,
abandonaremos
los muros de la
ciudad para habitar
en el desierto. En la
huida compartiremos
el temor y la ira, la
desolación infinita y
el recuerdo intolerable
de los días que ya no
volverán. Nos aguardan,
mi Señor, interminables
jornadas de oscuridad y
silencio donde el único
sonido será tu respiración
junto a la mía y el único calor
mi mano en el hueco de tu
mano. Nuestros ojos serán
yunque del sol y nuestra
piel pista de los vientos.
Para nuestra boca sólo
habrá dátiles amargos
y aguas imbebibles.
Nos aguarda un desierto
nunca hollado por el pie
del hombre ni por la garra
de la bestia. Un desierto
donde no repta la serpiente
ni otea el ojo vigilante del
ave de rapiña. Un desierto
asolado por el terror donde
un dios loco, también él
condenado al exilio,
construyó un altar
incomprensible para oficiar
la ceremonia a los dioses
olvidados. En ese desierto,
tú como mi único Dios y yo
como tu único creyente,
habitaremos la mansión
inhabitable de los que han
sido expulsados del corazón
de los hombres.


Luis Pazos / Señor de la alucinación