No me protejas de
mis enemigos, Señor,
porque los que me
juzgaron te juzgaron,
los que me persiguen
te persiguen y los que
ordenaron mi muerte
ordenaron la tuya. No
me protejas porque yo
seré tu escudo y tu
espada. Nunca más
clavarán tus manos y
tus pies. Nunca más
la lanza de Longinos
abrirá tu costado.
Nunca más el látigo
arrancará tu carne.
Ya no serás cordero
sino lobo. Ya no serás
víctima sino verdugo.
Ya no serás paloma sino
el cuervo que arrancará
sus ojos. La sangre
derramada, mi Señor,
no será la tuya sino
la de ellos. Y cuando
en el dolor intolerable
de su agonía me pregunten
mi nombre, se lo diré
para horror de las
generaciones: mi
nombre es Holocausto,
Padre de los Demonios.


Luis Pazos / Señor de la alucinación