Para Juan Miguel Iglesias

Saber que viene la lluvia
cuando nos duelen los pies
es una de las pocas certezas que nos quedan.

No es el hambre, no.
No es el frío.
Aunque ni pan,
ni una miga de pan,
ni una astilla
de duro pan nos queda
para abrigarnos, comer,
hacer un fuego.

Es otra cosa lo que nos duele.
Son los pies que profetizan
la lluvia como única certeza.
Son estos tiempos
que duelen como caries.
Pero no es el hambre.
Es esta nada.
Este agujero que late
donde solíamos tener el corazón.

...

Hubo una vez un tiempo,
una manera de lluvia sobre los techos,
una forma de hablar que conmovía el corazón.

Ahora es tiempo de recordar las viejas canciones.
Pero no cantarlas.

Como se recuerda el ruido que hacían los adioses.

Ahora es tiempo de recordar los viejos compañeros.
Pero no de abrazar sus tristes húmeros.

Llegará. Llegará el tiempo de las profecías
gritadas sobre un cajón
junto a las vías muertas.

Hablo de la Patria.
De mi corazón hablo.
De un tordillo de tristísimos ojos.
De la infancia.

...

Hubo un tiempo. No sé.
Los veranos caían lentos
como frutas.

Antes de la guerra fue.
Antes del ruido que hacían los adioses.

Y ahora lo callado.
Ni siquiera el silencio como botín
de la derrota.

Ser silencioso en el viento del invierno
es algo.

No, no es lo mismo
un violín,
una cebolla.
No es lo mismo
ser silencioso a estar callado.

Ya nadie reconoce nuestra voz de ayer,
por eso conversamos con los muertos.
Bebiendo un vino amargo debajo de los puentes
bebemos
con los queridos huesos de nuestros compañeros.

...

Hubo un tiempo.
Las lluvias caían menos dolorosas
sobre los techos,
y los veranos más lentamente
y redondos.

Antes de la guerra fue.
Antes del ruido que hacían los adioses.
Antes de quedarnos callados.

Las cosas tenían nombres sonoros
y era más fácil cantar.

...

El último tren parte a las seis.
Pero no hay donde ir.
Ni donde volver.
Ni donde quedarse.
Tanto que algunos han decidido viajar
debajo de las ruedas.

El que vende los últimos boletos
tiene la gorra agujereada
y una cínica sonrisa llena de agujeros.

El último tren parte a las seis.
Nosotros preferimos quedarnos
junto a una lengua que ya nadie comprende.

Aquí y allá, por las fogatas
nos reconocemos.

Debajo de los puentes un canturreo.
Alguien silba.
Creemos reconocer esa canción.

Se enciende un cigarrillo.
El breve fósforo deja ver
un rostro forastero.

Debajo de los puentes recordamos
como quien profetiza.
Cavamos hasta encontrar un trozo, un hueso.
El fémur de una vieja canción.
La quijada de un himno.

...

Vivimos tiempos sombríos.
Han muerto los grandes sueños que todo lo devoran
y junto a ellos nuestros mejores amigos,
lo mejor de nosotros,
el diente de morder la vida, un ojo,
nuestro pie derecho.

Y aún no ha nacido un sueño nuevo.
Un sueño hecho a la medida del hombre,
para ser soñado en el patio de casa.

Vivimos tiempos difíciles.
Los grandes sueños nos asustan y
llamamos sabiduría a este cinismo gris.

Ya todo lo hemos intentado.
La sorna, la sonrisa oblicua,
anteojos con vidrios de colores,
palabras que no nombran nada,
bastones blancos y prudencia.

No podemos vivir sin un sueño,
aunque sea pequeño. Algo. Algo más que este agujero que late
donde solíamos tener el corazón.

La Plata, invierno de 1994


Marcelo Vernet / Profeta menor