I.
Para Raúl Ordenavía

Con los cuatro dientes que me quedan
muerdo el asado y muerdo
la evidencia:
todo podemos perdonarlo,
menos lo imperdonable.

No es vejez prematura.
Es un justo balance
puesta en balanza nuestra vida.

Aunque siga latiendo ya se ha ido
la hora de nuestro corazón.

Nada nos queda ya por destruir
salvo los últimos vestigios de la derrota.
Nada nos queda ya por construir
salvo una muerte
lo más digna posible.

Poco importa lo que resolvamos,
o importa sólo a nuestra alma.
Si quedarnos en casa con los ojos cerrados.
Si contar historias cargadas de consejos.
Si salir a la calle buscando una bandera.

A otros pertenecen ya
las vísperas y el combate.
A otros, felizmente.
Pero qué ganas de saber cómo será.
Qué anhelo de alistarme
como boletinero, corneta o zapador,
como tambor, cartógrafo, enfermero.
Al menos ser reservista, veterano
del batallón de los aparecidos.

Con los cuatro dientes que me quedan
muerdo aún la vida, la sopa, lo que pueda.

La Plata, invierno de 2001


Marcelo Vernet / Profeta menor