Si yo tuviera, amigos, la obstinación feroz
de los vendedores de tren
que de vagón en vagón vocean sus milagros.

Si yo creyera en mis versos como ellos
creen en alfajores, pilas, lapiceras.

Hace mucho que desistí de las poéticas,
del poema que se mira el ombligo y duda
del origen, valor y olor de sus pelusas.

Qué extraño oficio el nuestro, Néstor.
Una duda que nos hace callar. Un silencio
que nos mueve a seguir escribiendo.

No hablemos del poema. Es cuestión de riñones.
Hablemos de los que venden milagros en los trenes.

Llegan a Constitución con la voz quebrada.
Y toman otro tren, hasta ganarse la jornada.


Marcelo Vernet / Profeta menor