Estoy más delgado y llevo la camisa blanca
con que enamoré a mi esposa hace muchos veranos.
Un ramito de albahaca perfuma la siesta y me refresca el alma.

Voy liviano en la luz, casi ingrávido.

Ésta es la casa y el jardín exacto en perfecta quietud. Antaño
fue mi luminoso mundo. El naranjo, la santa rita, la pared
revocada con conchillas, húmeda y fresca como un río.

Encuentro el hueco en que solía esconderme. Huele a menta.
¿Es un juego, verdad?
Alma mía ¿es un juego?


Marcelo Vernet / Profeta menor