Ella muere.

Nosotros nos multiplicamos en sus veredas,
transitamos las huellas de desprotegidos obreros,
recolectamos el encaje de sus hojas en otoño
y soñamos en la embriaguez de su vino inmortal.
Queda aún una garganta naviera anclada en su lengua,
el rumor de las naves rumbo a la isla,
el olor de la tierra cuando su mirada
se pierde en un verde remoto.

Ella crece.

En el último canto del destierro,
en las tardes del verano donde se sepultaron sombras,
en las plantas del jardín contiguo,
en el abrazo que siempre deseo darle.

Y me pregunto: ¿Qué hago aquí?
Le escribo bajo lo nuevo que pronto envejecerá.
Y me respondo: Te amaba antes.


Ángela Gentile / Cuerno de marfil