Vino mi hermano y me miró a los ojos,
puso el ayer sobre la mesa,
me abrazó circunstancial, su palabra
había perdido la sal y apoyó sobre la taza
su hastiada boca de silencios.
Del bolso sacó días sin sorpresas
y le ofrecí apenas un pan débil
golpeado por la madrugada que me daba
la posibilidad de contemplarlo
como si se llamara viernes.
Mortalmente solos, espiados
por la luz de la lámpara, nos caímos del poema
que no escribió vallejo, su risa chorreó sangre
cuando le agradecí los dolores que no trajo.


(de Paladar negro, 2003)
Norberto Antonio / A menos vida, más vida