XXIII
He acariciado instantes
vislumbrando la posibilidad de llevármelos a los ojos
y hacer con ellos un temblor,
una insinuación y su erotismo,
un dedo para señalar
las palabras que merecen ser calladas
cuando valen menos que el silencio.
Ardidas en mí, las mal llamadas "aguas quietas",
vi a la izquierda caer como una gota
mientras el aire olía a resignación.
Ahora, que apenas escucho lo que oigo,
corto un limón por la mitad
y humedezco cada minuto que me doy,
curo lo que vendrá para salvarme de los días sin sentido.
(Inédito)
Norberto Antonio / A menos vida, más vida