La ansiedad comenzaba a oler, y la voluntad que no muere,
a medida que escarbaba buscando tu sombra. Tu sombra
de cabellera negra como ala de cuervo.
Mi conciencia sabía de la podredumbre que embarga los ojos
de los vivos ante los muertos -pero tu piel permanecía en mi memoria-.
Allí dentro, despojada de coqueterías, estabas esperándome.
Hace tanto que nadie venía por mi corazón,
tanto que nadie me acariciaba el alma como a un perro,
que cuando escuché tu quietud comencé a cantar tu nombre.
Cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando
el barro que éramos.
Después tus huesos se hicieron sentir en mis mejillas
y mientras caminábamos, percibí que sin tus pasos
yo era un niño andando a tientas por la noche,
mi corazón cesaba de latir y se apoderaba de mis miembros
una rigidez marmórea
... Mientras caminábamos,
imaginaba tus brazos estrechándome bajo aquel árbol
donde las frutas maduran por el sol. Y aquel zaguán
donde nos mordíamos como una perdición.
Hasta que de pronto tú dudaste de mí,
un tropel inaplacable creyó que en tu mano
no crecería la carne que había en mi mano.
No fue mi pensamiento, Eurídice, el que se espantó
como un caballo. Es la muerte la que se desboca ante la vida.
"No te quedes aquí -rogué- no dejes que me vaya,
déjame ver de nuevo tu esternón de angustia, tu mirada rancia,
tu pelo sin viento".
Pero ya corrías de nuevo hacia el abismo, mientras mi corazón
otra vez se llenaba con la turbulencia de una inundación.
Y sentí la necesidad de cantar, pero callé.
Mi oído en el barro escuchó atentamente tu suspiro.


Gustavo Caso Rosendi
De "Lo más lejano", libro inédito
Nota: La cursiva pertenece al cuento "Ligeia", de Edgar Allan Poe (Obras Completas, Madrid, EDAF, 1982).