¿De cuántas maneras debería preguntarse aquello que sólo se vislumbra en el silencio? ¿Cuál es la construcción posible que nos hace menos ajenos a la incertidumbre que habita en los otros y en nosotros mismos? Exiliado en esa especie de "pregunta preñada de preguntas" [1], el corazón del poeta se entenebrece, duda, y en el centro de una mudez que poco entiende de resplandecientes soles, interroga al enigma ensordecedor del Universo. Como un peregrino, como un buscador "en medio del camino de la vida" [2] percibe indicios en lo perdurable de la naturaleza; ahí, en esa primaria seguridad es donde se sostiene cierta certeza, aun cuando esa certeza viene a galope de negros caballos alados.

El misterio, privilegio de lo sobrehumano, abunda en el silencio. El fuego, cálidamente instalado en un adentro, no deviene ni palabra ni instante creativo: llueve sobre colinas y jardines abandonados a la desnudez de un mundo enmudecido. La palabra no es dada. En el cuarto, el silencio. Silencio que retumba en la soledad del Ser. Ser que, en su anhelo de comprensión, pareciera no recordar que "todas las divinidades residen en el corazón humano" [3].

Quizá debería inferirse también, elípticamente, que el maestro, en este juego de imágenes espejadas, en este correlato de realidades reflejándose unas en otras, "agotado todo lo que la palabra puede expresar" [4], haga del silencio el lenguaje esencial y de cuanto calla, la voz más tersa de lo absoluto.


Sandra Cornejo

1 Edmond Jabès
2 Dante Alighieri
3 William Blake
4 Sung Chih Wen