Primero, el arte de ser derrotado;
luego, el arte de conversar a solas;
más tarde, la serena indiferencia;
por último, el arte de no ver nada
aún viéndolo todo.

Cuánto tuvo que aprender esta cabeza
para ser calva, enteramente calva
-por dentro y por fuera-,
en el camino de una nube
que se aproxima despacio.


(Inédito)
Rafael Felipe Oteriño / El que arroja la piedra