Un emporio de agotadas reliquias,
de criaturas exánimes y de piedras preciosas,
de pequeñas señales que las vidas ignotas
dejan como al olvido
para seguir soñando bajo la luz del mundo,
se despierta entre la espuma frágil,
en la arena caliente de la bahía infinita,
cuando el mar se retira a la casa de fuego.

Entre esqueletos de animales y juncos
cuya sombra desvela la razón cartesiana
brillan los abalorios
arrojados por las naves nictálopes
que siguen las corrientes templadas
tras el rastro invisible de la utópica
ballena del capitán oscuro.

Entre maderos que pueden haber sido
ataúdes o sillas o pianos
hay millones de historias que no fueron contadas,
únicas siempre y ejemplares todas,
esperando la voz que las rescate
y las inflame de sangre y de misterio
en el azar fastuoso de la eterna marea.

El más grande poder,
la mayor majestad sobre la tierra,
el más preciado oficio,
consiste en percibir
en ese interminable bazar de la existencia
los lazos invisibles,
las secretas arterias que animan el milagro
de las afinidades.

Unir lo que se atrae sin remedio
y brindar en el jolgorio de los vivos
a la salud de cada nacimiento.


(De Eterna marea, 1998)
Guillermo Lombardía / El tren equivocado y cinco poemas más